3a CONSTANZA
Constanza, nieta de Constanza e hija de Constanza, a punto de alzar el vuelo. Resuelta a subir hasta lo más alto para desde allí contemplar a sus pies, dueña al fin de su vida, el cielo abajo.
Así pues, tomó el mando, se abrochó su cinturón, y condujo por la pista unos metros hasta que las largas alas de la avioneta, perteneciente antes a Dechén, y antes, a Cortés, alzaron el vehículo por encima del suelo y, poco a poco, por encima de Madrid. El viaje no fue muy largo, duró apenas una hora, pero debo decir que fue la mejor hora de mi deprimente vida.
Luego, la tercera Constanza, me invitó a un té y nos despedimos, pese a que ninguno lo sabía, para siempre.
Cinco meses después, en mi piso, sentado en mi sofá mirando la televisión y cenando una pizza descongelada, logré ver la alegre cara de Constanza, recogiendo un premio al que no alcancé a escuchar el porqué, con la inscripción en letras grandes y doradas, “Avionetas-Atocha’’.